PRIMERA ETAPA DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

 


Durante el año de 1809, Hidalgo asistió a las reuniones que, bajo apariencia de academias literarias, se celebraban en casa del sacerdote José María Sánchez en Querétaro, a las que asistían el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz, varios militares, entre los cuales destacaban Ignacio Allende, Juan Aldama, Arias y los comerciantes Epigmenio y Emeterio González. Esas reuniones fueron convirtiéndose en una verdadera conspiración, formalizada cuando, a principios de 1810, se tuvieron noticias de las victorias napoleónicas.

Se nombró a Hidalgo como jefe del movimiento y se señaló el 1 de Diciembre para el inicio de la sublevación, adelantándose luego la fecha al 2 de Octubre. Hidalgo al enterarse de que el movimiento había sido denunciado, decidió acelerar los acontecimientos. En la media noche entre los días 15 y 16 de Septiembre de 1810, Hidalgo se reunió con Allende y Aldama, para comunicarles su decisión de iniciar el movimiento revolucionario. Con 10 hombres armados, los tres dirigentes se encaminaron a liberar a los reos, lo que hizo que se aumentara el grupo, al cual luego se le sumó un buen numero de los hombres del pueblo. En la madrugada del domingo 16, Hidalgo llamó a misa, más temprano de costumbre, y una vez congregado un buen número de personas de regularmente asistía los domingos a la parroquia de Dolores, dirigió una proclamación. Aquel momento ha sido relatado y escenificado un sinnúmero de veces, sobre todo, el instante en que Hidalgo pronuncia el grito que pasaría a la historia como el comienzo de la Independencia mexicana. Es probable que el grito de Dolores se iniciara con la exaltación a la religión y en particular a la invocación de la virgen de Guadalupe, cuyo estandarte constituyó la primera bandera enarbolada par Hidalgo al encabezar el ejercito insurgente.

El primer contingente rebelde formado en Dolores estaba compuesto por cerca de seiscientos campesinos provistos de picos, machetes y azadas, y también por los militares al mando de Allende y Aldama, quienes constituían la única fracción disciplinada del movimiento rebelde. Conforme avanzaban, grandes masas de trabajadores se fueron sumando espontáneamente a la rebelión, alentados por la esperanza de acabar con la opresión de que habían sido objeto durante tres siglos de dominación colonial. Así la revolución de 1810 tomó un rumbo muy distinto al de la insurgencia de años anteriores, ya que, en virtud de su composición social, adquirió características de una rebelión campesina a la que se unieron los trabajadores de las ciudades y los obreros de las minas, todos dirigidos, por unos cuantos criollos de clase media.

Tras la toma de Celaya los caudillos principales nombraron a Hidalgo capitán general, otorgándole el titulo de generalísimo, en virtud de su gran influencia sobre las tropas; así quedaba con rango superior a Allende, a quien designó teniente general. De ahí partió el ejercito insurgente hacia Guanajuato, una de las más ricas ciudades mineras del virreinato; en ese lugar, donde se unieron al contingente los trabajadores de las minas y miles de indios de los lugares cercanos, estaba por consumarse uno de los actos más violentos protagonizados por el movimiento revolucionario. El intendente Juan Antonio Riaño había decidido resistir al empuje de los rebeldes y, junto con las familias españolas de la ciudad, se refugió en un sólido edificio recién construido. La horda incontenible logró entrar a aquella improvisada fortaleza que fue tomada después de consumarse una terrible matanza de los 200 soldados realistas y 105 españoles que ahí se habían refugiado. En tanto, Allende comenzó a manifestar su disgusto contra los saqueos y asesinatos de españoles realizados por la turba y permitidos por Hidalgo, generándose un distanciamiento entre ambos dirigentes. De Guanajuato, los insurgentes partieron

hacia Valladolid, capital de la provincia de Michoacán, la ciudad fua tomada sin resistencia el 18 de Octubre y un día después, el intendente José María de Anzorena, publicaba un decreto aboliendo la esclavitud, el cual sería el primero en mostrar el enfoque social hacia el que se había orientado el movimiento encabezado por Hidalgo. A fines de octubre, los insurgentes derrotaron a los realistas en el Monte de las Cruces, pero Hidalgo desistió de acercarse más a la capital y ordenó el regreso con rumbo a El Bajío. Las fuerzas rebeldes fueron derrotadas y diezmadas por el ejército virreinal al mando de Félix María Calleja, y esto obligó a Hidalgo a huir a Valladolid, mientras que Allende se encaminaba a refugiarse en Guanajuato.

En Guadalajara, Hidalgo constituyó el primer gobierno insurgente y promulgó un decreto por el cual declaraba abolida la esclavitud en todo el país y eliminaba los monopolios estatales en la producción y venta del tabaco y vino, además de reducir el monto de las alcabalas. En los días subsecuentes, Hidalgo dictó nuevas disposiciones: derogó los tributos y ordenó la restitución de las tierras a los indígenas, con la prohibición de volverlas a dar en arriendo; nombró ministros y oidores; designó un representante diplomático ante el gobierno de Estados Unidos y ordenó la edición de un periódico, El Despertador Americano, con el fin de difundir el espíritu libertario de la revolución y, con ello, ganarse adeptos entre los criollos liberales que pertenecían en el bando realista. Sin embargo, las diferencias entre Allende e Hidalgo se fueron acentuando, debido al enfoque social del cura de Dolores.

Muchos criollos mostraban ahora temor ante el rumbo por el que hidalgo los encaminaba, el viraje de estos grupos, algunos de los cuales incluso apoyaron al ejército de Calleja. Mientras tanto, los acontecimientos se iban mostrando desfavorables para la revolución; hacia a fines de año, Calleja había logrado recuperar Guanajuato, y el 17 de enero de 1811, las fuerzas de Hidalgo sufrieron una gran derrota en Puente Calderón, cerca de Guadalajara, ciudad también recuperada por los realistas. Al pasar por un lugar denominado Acatita de Baján, sorprendidos por una emboscada, los insurgentes fueron atacados sin tener oportunidad de defenderse; cientos de ellos fueron hechos prisioneros y los dirigentes (Allende, Aldama y Jiménez) conducidos a Chihuahua, y más tarde fueron fusilados. Hidalgo fue sometido a un proceso religioso, por el cual se le degradó de su carácter sacerdotal, y a un juicio civil que decretó su fusilamiento. Concluía de esta manera la primera fase de la insurgencia; a pesar de que aquel fracaso la rebelión popular de Hidalgo había preparado el camino a otros que lucharían por la libertad de la América Mexicana.


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